Hay discos que dejan una huella, por más pequeña o insignificante que parezca al lado de otros títulos que cuentan con el apoyo de una multinacional y el aval de la prensa mainstream. Hablo de una huella más subterránea, propia de los hechos que se agrandan de boca en boca y de esos secretos que se comparten con la gente que uno quiere. Por Juan Manuel Pairone
Conocí Las palabras y los ríos poco tiempo después de que Eterna Inocencia lo sacara hace ya más de 20 años, en 2004. Llegué a ese disco en el comienzo de una amistad que hoy ya es parte central de mi vida. Esa circunstancia atraviesa incluso las intenciones puestas en este texto, pero también habla de lo que puede generar una banda y un puñado de canciones ubicadas en el momento y el lugar precisos.Desde la primera vez que tuve en mis manos ese CD de tapa troquelada y colores violáceos, el magnetismo fue inmediato. En ese momento los discos todavía se tocaban, se palpaban, se miraban con atención en cada detalle. Y Las palabras y los ríos era un objeto verdaderamente precioso, más allá de la potencia de sus canciones y sus letras.
Sin embargo, esa distancia (“que ayer parecía no existir”) entre lo analógico del compact disc y este tiempo de plataformas digitales y servicios de streaming se borra automáticamente cuando empieza a sonar la música. En el instante exacto en el que doy play y comienza a sonar Viejas esperanzas, la primera de las 13 piezas de un álbum que, como los mejores sabores, ha sabido añejar sus características particulares.
Eterna Inocencia es punk y hardcore, es distorsión, y es música visceral de guitarras, bajo y batería tocados con pasión y entrega. Pero también es nostalgia poética, evocación en varios niveles e imágenes sensitivas aquí y allá. Trizas de vos, Vivan mis caminos, Saludos a los Maquis, Mártires de Trelew o Nuestras fronteras muestran algo de todo eso y también más: una banda que, pese a las etiquetas y a las clasificaciones, siempre se movió con libertad.
Hoy, cuando el sentido de esa palabra es manipulado en favor de intereses y conveniencias, esa ética que acompaña a las canciones y a los discos del quinteto resulta más oportuna que nunca. O, al menos, tanto como en aquel contexto en el que se formó el grupo: a mediados de la década menemista, más precisamente en 1995 y con la implosión en ciernes de una sociedad cada vez más individualista.
30 años más tarde, cualquier fan de Mujer Cebra, Buenos Vampiros o Dum Chica (por nombrar sólo algunos ejemplos contemporáneos) podría maravillarse con Eterna Inocencia en tan sólo unos cuantos minutos de Las palabras y los ríos. La otra opción es animarse a verlos en vivo en algunas de las tantas fechas con las que vienen homenajeando ese disco por todo el país y el continente. Pero vale la advertencia: el corazón tiene que estar dispuesto a agitarse.
Eterna Inocencia está formado por Guillermo Mármol (voz), Roy Ota (guitarra), Alejandro Navajas (bajo), Federico Lombardi (guitarra) y Germán Rodríguez (batería). Consultá sus próximos shows en Alpogo.com.