“Este es el mejor disco de Mi Amigo Invencible”. Escucho esa frase entre mis amigos y entre colegas desde hace años. En rigor, durante la última década ha ido sonando aquí y allá, en una u otra boca. Desde La Nostalgia Soundsystem (2013) y La Danza de los Principiantes (2015) al reciente Arco y Flecha, pasando por los inesperados (cada uno en su momento) Dutsiland (2019) o Isla de Oro (2022). Pienso en eso un poco más y sale una conclusión: Mi Amigo Invencible no ha dejado de superarse y reconvertirse una y otra vez. Por Juan Manuel Pairone
Lo eventual se ha vuelto constante, algorítmico (aunque no automatizado). El grupo mendocino, radicado en Buenos Aires hace 15 años, ha encontrado una autopista creativa que atraviesa a velocidad crucero y al ritmo de sus propios cambios internos. Si en esta última década la banda perdió y ganó miembros esenciales en diferentes momentos y circunstancias, también es cierto que la entidad Mi Amigo Invencible ya se ha establecido como un sello de calidad que va más allá de las olas pasajeras.Mariano Di Césare, principal referente, cantante y autor de las letras de la banda, ha surfeado muy bien la evolución del proyecto. Después del alejamiento de Mariano Castro, otrora socio creativo de los primeros años, el foco mutó y la banda apostó al caldo de cultivo creativo propio de la sinergia colectiva (que completan Arturo Martín, Lucila Pivetta, Nicolás Voloschin, Pablo Di Nardo y Leonardo Gudiño).
Después del quiebre que significó Dutsiland (con Luke Temple, de Here We Go Magic, como productor), y de la aventura lúdica que supuso trabajar con Martín Buscaglia para Isla de Oro, la posibilidad de jugar con interlocutor nuevo desde la producción (Mariano Otero) volvió a funcionar como punto de partida hacia un terreno musical desconocido.
“Es parte de una rueda que no para de girar en realidad. Es natural en nosotros saber que tenemos que estar grabando un disco nuevo”, le dijo Di Césare a Indie Club hace poco. Decantación y síntesis. Supervivencia. De eso se trata Mi Amigo Invencible y de eso se trata Arco y Flecha, que actualiza el sentido de la frase que inicia este texto y, en esa misma jugada, renueva las credenciales de una banda en permanente (re)construcción.Lejos de todo, Colinas, Beso relámpago, Acto de fe, Todo lo que tengo, Pantera, Llamada perdida o Jinete del atardecer. El orden de los factores no altera el producto: escuchen cualquiera de esas canciones y todo lo dicho anteriormente cobrará más sentido. Cada una de ellas es ejemplo de un trabajo artesanal y paciente (amoroso, en definitiva) en pos de alcanzar esa condición de “clásico instantáneo” del pop-rock latinoamericano. Y no, no es exagerado. Encontrarse con esta música es como el flechazo imaginario que sale disparado de su arte de tapa.
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