Julieta Laso

Fotografía Alejandra López

No interpreta el tango, lo habita. Con su voz y su cuerpo, Julieta Laso rompe el molde clásico y nos devuelve un género vibrante, crudo y desafiante. Su arte es un fuego que quema y nos recuerda que el tango nunca dejó de latir.

Por Oke Sauny

Julieta Laso no canta tango, lo vive. Es su piel, le queda justo, pero no porque represente a la perfección el molde clásico del género, sino porque puede romperlo con cada gesto. Con cada pausa, cada mirada que lanza al público mientras canta, vos, sentís la misma emoción que experimentaste al escuchar tu primer tango.

A Juli Laso la escuché por primera vez como la voz de la Orquesta Fernández Fierro, una de las orquestas más influyentes del tango contemporáneo, una mañana de domingo que sonó en “La ciudad donde vivimos”. En ese mismo programa, me enteré que se lanzaba como solista.

Construyó un estilo propio que fusiona el dramatismo del tango con una interpretación única y pulsante. Juli se vale de su formación actoral y su conexión con el teatro para darle a sus presentaciones, un carácter performático que la distingue dentro de la escena.

juli laso

El tango en su voz es una criatura viva, que respira y se retuerce con la crudeza de un arrabal que fue mutando y fusionándose con ella a lo largo de su interpretación. Cuando la escucho, no pienso en la nostalgia estancada de una Argentina en sepia, sino en la violencia de un presente que sigue doliendo. Juli toma los versos de Manzi, de Cadícamo, de Expósito y los arrastra al hoy con una furia que no es impostada, sino visceral.

Hay algo en su forma de encarar la música que recuerda a las grandes voces. No endulza, no maquilla, no suaviza. Su interpretación tiene la contundencia de alguien que entendió que el tango no se canta bonito, se dice con el cuerpo entero. Y ahí está la clave de su arte: un tango que se contorsiona, que sangra, que goza.



Juli Laso camina en la cornisa, su tango es carnal y desafiante. No busca agradar, sino provocar. No es casual que en sus recitales se cruce lo teatral con lo performático, que haya una dramaturgia implícita en cada show. La puesta en escena es parte del mensaje.

Escucharla es, para mí, reencontrarme con esa esencia primitiva del tango que alguna vez nos hizo temblar. No desde el lugar del recuerdo romántico, sino desde el presente áspero. Hay algo en su forma de interpretar que nos recuerda que este género nunca fue estático, que siempre estuvo en movimiento, y que, en las manos correctas, sigue siendo disruptivos. 

Juli Laso no canta tango, lo incendia. Y en ese fuego, volvemos a encontrarlo vivo.
No te pierdas la oportunidad de sentir su intensidad en vivo.

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