Emmanuel Horvilleur
Con más de veinte años de solista y una obra que se sigue renovando, Horvilleur posa su nombre en la mesa chica de los grandes cancionistas pop de esta era. 

Por Santiago Miranda


En el Olimpo de la canción, pocos son los que ostentan el título de haber hecho de sus composiciones un artefacto con nombre propio. En la música argentina, la institucionalización parece casi siempre caer del lado del rock, fuego sagrado donde posan los Spinetta, los Calamaro y los Solari. Fuera del canon, una figura se asoma en el imaginario popular con la voluntad de quienes le escapan a la enciclopedización. Dionisíaca y apolínea en simultáneo, la canción hovilleuriana se revela como un dispositivo acrónico que, al igual que su creador, le resiste al paso del tiempo. 


Emmanuel Horvilleur es el último de los cancheros: el artista que hizo de lo cursi, galantería; de las frases bobas, un acto de ingenio y sofisticación, y del hit, una costumbre. De físico intacto, sus cinco décadas de vida y sus casi tres de obra gozan de la vigorosidad de la permanencia. Cual orfebre, afinó en los primeros lustros de este siglo una técnica infalible para modelar un repertorio entero de clásicos radiales. Intentar enumerarlos es un ejercicio en vano: cuando decís “Soy Tu Nena”, inmediatamente entran en discusión “Fan”, “No Como”, “Tu Hermana”, “19”, “Amor Loco” y así, ad aeternum. 




Pero lejos del revisionismo kitsch de contemporáneos como Miranda, Emmanuel no se conforma con la nostalgia. Tras su retorno con Illya Kuryaki, su discografía solista se sigue abultando: Xavier (2019), Acua di Emma (2023) y -ahora- Mi Año Gótico (2025) exhiben la madurez de un cantautor que replica su fórmula al tiempo que la refresca. Hay una marca, una manera de sentir el mundo que se repite incansablemente hasta en sus más recientes prestaciones. Está ahí, en esos yeites de “Supersuave” que parecen existir desde siempre; o en aquel verso de “Elástico” que es estribillo, pero también máxima: “Es un abismo / y no es lo mismo / hablar de amor que hacerlo”.


En ese juego de palabras se revela su gesta: traducir una rima aparentemente tonta en un aforismo sencillo, pero irrevocable. No es Dárgelos, que lleva el lenguaje hacía “la bambula”; su prosa es mucho más directa, incluso inocente, pero aún así la sortea con una gracia exquisita. ¿Quién más podría salir indemne de una línea como “Estaba abrazada con su chico en la moto, / iban a todo felicidad”?




Lo que en voz de otro sonaría empalagoso, en Horvilleur se vuelve carisma. Hay una especie de hechizo operando en sus letras, universo libre de vergüenzas donde rigen los cometas, las mariposas y el helado de limón. Polvo, perfume, onda, llámenlo como quieran: su secreto radica en ese je ne sais quoi, cuyo encanto es similar al del enamoramiento. “Con tus besos soy más alto / el más guapo de toda la ciudad”: lo suyo no es épica, sino, quizás, una cualidad superior. 


Emmanuel Horvilleur no persigue éxitos. Hace años se desligó de la responsabilidad, con la modestia de quienes guiñan el ojo mejor que nadie: “Yo solamente buscaba gustarte a ti”. En esa parábola perfecta, dibujó el contorno de su hazaña. Corrijo: su música sí tiene tiempo. El de la canción moderna, aquella que recorre una y otra vez el mismo camino tan solo para llevarnos a otro lugar. 


¿A dónde? No importa. El resto se canta solo



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