Entre fintas liricales, rimas de antología y odas a Spinetta, el beatmaker y emcee porteño ostenta el título del Messi del hip-hop argentino.
Por Santiago Miranda
Fotografía de portada por Majo Andrade | @czzp
Nadie lo hace como Nico Mir. Su palabra es cosa seria, reverenciada por los paladines de la rima en nuestro idioma, quienes no dudan en colocarlo en lo más alto de los podios. Nombres como los de Lil Supa, Dano o N-Wise Allah pueden pasar desapercibidos para un gran público, pero son referencias obligadas para la escena del hip-hop hispano, que unánimemente apunta su índice hacia Nico y, en consecuencia, hacia nuestra tierra.
El pibe de Pablo Podestá (localidad de Tres de Febrero, zona oeste del Gran Buenos Aires) viene pateando los tableros desde hace rato, cosechando títulos a escala a un ritmo incesante. Su primer hito fue Ingrávidos Squad, dúo que confundó a la par de Ruiner, con quien patentó y profesó la jerga podestina, su ciencia y doctrina. Rap sucio y desprolijo, atorrante y canchero, formulado en base a trabalenguas multisilábicos que volcaron en tracks que rápidamente se volvieron clásicos de culto del circuito local durante finales de la década pasada.
A la par, Mir ya lucía su porte de jugador completo, con un aproach hacía el beatmaking signado por su obsesión por los loops y el sampling, más una labia melómana para mezclar todo en la jarra: funk, jazz, trap, r&b y lo que venga. Con el nombre hecho, comenzó a cimentar una trayectoria solista intachable (en la que además se colaron testimonios discográficos de altura como 29, en dupla con T&K, otro prócer del rap de acá), donde cada lanzamiento parecía regirse por una sola ley: palo o palo.
Finalmente, bajo ese mismo pulso llegó su ópera prima y magna: Spinettaje Intenso [2024] volvió los laureles realidad. Con el Flaco como guía guarda, Nico confeccionó un disco entero creado en base a samples nacionales. Por supuesto, la elección no fue azarosa, ni mucho menos un capricho. Durante diecisiete temas (más una edición deluxe, que en realidad es una obra nueva con ¡16 inéditos!) no solo están expuestos los negativos de su vida y la de su gente, sino que también están unidos los fragmentos de la música del Río de la Plata, postulando al rap como su heredero actual.
Para ello, decidió llenar los blancos, hacerse cargo de unir los eslabones. En ese gesto, destrabó algo que todavía no terminaba de cerrar para el hip-hop de nuestro país. Por ejemplo, se encarga de nombrar, por primera vez juntos, al Sindicato, Jazzy Mel, La Conección Real e IKV como pioneros. Pero también abre la genealogía mucho más allá y los ubica en aquel árbol donde posan los Piazzolla, los Tedesco, los García y los Crook. Y es que lo de Nico también es cosa nostra. Es tan argentino como rimar “sopermi”, “cascarrabia” y “ni fu ni fa” en una misma pista. Puede referenciar a los eternos del rap yankee o incluso a íconos del boricua (otra de sus grandes influencias), pero más pesan las menciones a Polosecki, El Eternauta (mucho antes que exista la serie) y el Chacarita de Vivaldo. Una de sus líneas lo resume mejor que nada: “Yo la unión de un pinta de Pode y otro de New York, / no saben si es storytelling o es poema de Tuñón”. De eso se trata: reinterpretar una cultura, hacerla propia.
Sus últimos trabajos son un compilado constante de sus mejores lujitos: desde el drumless (beats sin batería) al Detroit trap, el de Pablo Po’ hace de su prime un estado permanente de gracia. ¿Cuál es su fecha de vencimiento? Imposible de predecir. Por el momento, nada parece indicar un paso en falso. En “Purina” (parte de su placa colaborativa junto a C. Spaulding) nos ofrece un vistazo al futuro: “Quiero la Scaloneta”, tira. Lo de Nico no son solo trofeos en la vitrina: él va por la historia.
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